El pasado sábado la versión electrónica del periódico local valenciano Levante EMV daba la noticia de que un virus había causado el caos en la Escuela Oficial de Idiomas de Valencia. Al parecer, y según el diario, éste «provocó que las citaciones con el mismo número se duplicaran e incluso se triplicaran en algún caso». No niego que, aún desconociendo la aplicación y el procedimiento de citación, me parece sumamente interesante que un virus pueda actuar de forma tan “inteligente” y llegue a ese nivel de interacción con los datos, pero dejando polémicas, suspicacias y sospechas aparte, la cuestión es que me da la sensación, y entramos en el terreno de la opinión personal, de que para el público en general, y no tan general, los virus suelen residir en un universo independiente al del concepto “puro” de seguridad.
Es decir, que mientras éste parece estar más relacionado con grandes corporaciones, con hackers y crackers, intrusiones, robo de información privilegiada, IDSs, análisis forense, cortafuegos o gestión de contraseñas, los virus, troyanos, gusanos, spam y demás fauna relacionada son una molestia perrmanente y casi necesaria, fácilmente solventable con un antivirus y algún programa de malware. Parece, como digo, que políticas, procedimientos, y todas aquellas medidas típicas de un entorno seguro, orientado a evitar mitigar los riesgos relacionados con la seguridad de la información, están “de más” cuando se trata de controlar a estos no siempre pequeños y nunca inofensivos “bichos”. Vamos, resumiendo, que en ese caso no son necesarias.
Desgraciadamente, las cosas no funcionan exactamente así. No sólo es mucho más probable sufrir una infección vírica masiva que sufrir una intrusión o un ataque DoS por alguna banda criminal de Europa del Este (por no salirme de los tópicos), sino que las consecuencias pueden ser igualmente fatales. Y es que aparte de un siempre necesario antivirus, actualizado periódicamente e inmune a las manipulaciones del usuario más molesto, son imprescindibles políticas que gestionen los privilegios de acceso a los recursos compartidos, el control de acceso a los dispositivos, la gestión de permisos y usuarios, las políticas de uso de soportes como USBs, CDs o DVDs,… Y como siempre, es necesaria la concienciación del usuario. Porque las fotos de la última convención no siempre son las fotos de la última convención: las cosas no son siempre lo que parecen aunque a menudo lo descubrimos un poco tarde.
Todo sea, al menos, por no ver aparecer por la puerta de la empresa a doscientas personas pidiendo matricularse en clase de mandarín, ¿no les parece?