El pasado día 7 fue el aniversario de la muerte de Alan Turing (1912-1954), sin duda uno de los mejores criptógrafos de la historia, y padre de la informática teórica que aún hoy se estudia en las universidades de todo el mundo (¿quién no recuerda la máquina de Turing y las pesadillas que ésta ha generado en muchos estudiantes de Informática, entre los que me incluyo?).
Sin duda, dos bombas marcaron el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial: la bomba atómica (obvia y desgraciadamente conocida por todos) y la bombe de Turing, una máquina desarrollada en el famoso Bletchley Park británico, vital para romper los mensajes cifrados alemanes. Esta máquina, desarrollada por Alan Turing y mejorada por Gordon Welchman, permitió a los aliados descifrar el tráfico de las diferentes fuerzas y servicios alemanes (marina, tierra, aire…) sin que éstos fueran conscientes de que la seguridad de sus comunicaciones estaba rota, lo que permitió obtener información decisiva para el desenlace final de la Guerra.
Turing fue procesado por homosexual en 1952; esto, que hoy parece impensable para nosotros, truncó la brillante carrera del británico. Dos años después, moría por ingestión de cianuro: todo indica que Turing se suicidó comiendo una manzana envenenada. De esta forma, finalizaba su vida y comenzaba el mito del gran científico, aunque los homenajes y reconocimientos públicos han sido escasos y en muchas ocasiones tardíos; quizás el más conocido en el “mundillo” en el que nos movemos es el premio Turing considerado el Nobel de la Informática, otorgado desde 1.966 por la ACM a quienes hayan contribuido de manera trascendental al campo de las ciencias computacionales.
Sirva este humilde post para recordar al que sin duda fue uno de los mejores científicos del pasado siglo, y quizás uno de los menos conocidos fuera del ámbito de las matemáticas, la informática o la criptografía.