Cuando le preguntaron a Albert Einstein cómo creía que sería la tercera guerra mundial, respondió que no sabía cómo sería la tercera, pero que la cuarta sería con palos y piedras. Él pensaba, lógicamente, que la tercera sería nuclear y, por tanto, que acabaría con nuestra civilización.
Hace una semana leí una noticia de Reuters en un par de medios que hablaba de unos comentarios del general Amos Yadlin, jefe de la inteligencia militar israelí acerca de la existencia de un departamento de ciberguerra en el ejército de aquel país. Dejando aparte que sorprende que Israel hable públicamente de estos temas e incluso que se dé a conocer el jefe de su inteligencia militar, está claro que el asunto de la ciberguerra no es una fantasía, a juzgar por las noticias que se han ido conociendo y porque los ejércitos empiezan a dar a conocer su interés en ello. Casi se podría decir que alardean de su conocimiento del tema, lo que quizás sí explique que Israel también lo haga.
Dejando aparte la ciencia ficción, la ciberguerra es una actividad bastante reciente, ya que ha empezado a cobrar sentido cuando se han dado dos condiciones: la dependencia de los sistemas críticos con respecto a la tecnología y la interconexión entre los diferentes sistemas de comunicaciones (convergencia digital). Desde el momento en que nuestros sistemas críticos dependen de las infraestructuras de comunicaciones y son accesibles a través de ellas, aparecen vulnerabilidades y quienes están dispuestos a aprovecharlas.
Einstein dio su respuesta en un momento en el que la preocupación por la guerra nuclear era el mayor miedo de la humanidad. En realidad, esta amenaza nunca se ha cumplido. Según la mayoría de los expertos, porque ninguno de los contendientes tenía la seguridad de salir bien parado de un conflicto de esa naturaleza. Hoy se reconoce que sólo un acto de desesperación llevaría a un país o a una organización a recurrir al uso de armas nucleares y, de hecho, se teme más a las organizaciones terroristas fanáticas cuyos objetivos no son tan claros ni tan racionales.
Sin embargo, un ataque cibernético no se consideraría de tan alto riesgo para uno mismo y, de hecho, todo parece indicar que ya se han producido ataques de este tipo. Uno de los más famosos fue el realizado contra Estonia en 2007. Curiosamente, ni los motivos ni los responsables del ataque están claros, por lo que es de sospechar que fue realizado por otro país. El primer ministro estonio culpó a Rusia pero, poco después, tuvo que retirar sus acusaciones por falta de pruebas.
Un grupo terrorista siempre hubiera reivindicado la autoría, para alcanzar publicidad, lo que es su principal motivación. Hace tres días, un autodenominado ciberjército iraní consiguió un defacement del sitio web de Twitter y, por supuesto, dejaron bien claro su autoría (exista o no dicho grupo).
El ejército español también ha declarado abiertamente su interés e involucración en este tipo de actividades. Hace un par de meses, llevó a cabo unos ejercicios organizados por la Sección de Seguridad de la Información de la División CIS del Estado Mayor Conjunto, en el que, como han recogido varios periódicos (El País entre ellos), se realizaron tanto defensas de sistemas propios como ataques a redes “enemigas”.
En resumen, estamos ante un terreno bélico nuevo en el que es relativamente fácil identificar al atacante, en el que todavía se puede confiar en la propia capacidad para salir ileso y en el que se puede demostrar al mundo la propia superioridad tecnológica. ¿No es una tentación para cualquier gobierno poco escrupuloso? Y no nos engañemos, el impacto puede ser devastador. Por mucho que los combates ser realicen con bits, los daños “colaterales” serían en el mundo real.
(Imagen original de KAL)
Sigue vigente la frase de Einstein…Igual en una tercera guerra mundial, independientemente de que se empleen armas nucleares o no, todo el planeta puede sufrir una destrucción total.Por eso el gran físico aclara “no sé con que armas se librará la tercera guerra mundial”, ya que no se refería únicamente a armas nucleares, si no a cualquier otra que el hombre pudiese inventar.