Un comunicado de la página principal de Revolv anunció que, a partir del 15 de mayo, el hub y la app de Revolv no iban a funcionar más.
Para los que no lo conocen, Revolv es uno de los tantos sistemas inteligentes que hay en el mercado, y que ofrecen equipar, conectar y monitorizar los hogares con dispositivos IoT (siglas anglosajonas para lo que en la lengua de Cervantes hemos venido a llamar “Internet de las Cosas”), y controlar así puertas, alarmas, luces y mucho más desde cualquier dispositivo móvil que admita la aplicación.
Pero la compañía Nest, que pertenece al todopoderoso Google y que compró Revolv en 2014, ha tomado la decisión de desactivar sus servicios y lo ha comunicado así, tal cual, como el vendedor de fruta que decide algún día dejar de vender manzanas.
Esto se traduce en que los que hayan adquirido un dispositivo Revolv van a tener un fantástico adorno futurista en su casa acumulando polvo y sin ninguna utilidad.
El debate viene cargado: además de los riesgos a nivel de seguridad que se corren al introducir en el hogar sistemas de este tipo, que terminan teniendo un control absoluto de las diferentes tecnologías conectadas del hogar, debemos agregar la variable de que un buen día, cuando les plazca a los fabricantes, pueden dar de baja los servicios sin importar los cientos de euros – como mínimo – que se hayan invertido en adquirirlos.
Como dice Arlo Gilbert en su blog (conocido emprendedor y enfadado cliente), básicamente les han vendido una “lata de hummus”, y le pone título al debate: “¿Traerá la era del Internet de las Cosas el fin del concepto de propiedad?” Es decir, ¿debe existir una ley o una norma que comprometa a los fabricantes a una duración determinada de los servicios o productos que incluyan una interacción con algo tan sensible como los dispositivos del hogar? O en su defecto: ¿deben los fabricantes indemnizar o compensar por el fin de los servicios de los dispositivos hub que controlan el hogar?
Este debate y éstas cuestiones vienen a entrelazarse con los ya trillados (pero no por eso menos importantes) planteamientos de la “obsolescencia programada”, porque como bien dice Arlo Gilbert: “¿Estamos comprando hardware temporal de forma intencional? ¡Tengo un Commodore 64 que aún funciona!”.
Desde luego, es como para pensárselo dos veces antes de comprar un dispositivo de fabricantes con miles de proyectos entre manos, como ha sido el caso de ésta compañía de Google, porque recientemente y por casualidad tras el fin de los servicios de Revolv, han anunciado la entrada al mercado de “Google Home”, un asistente virtual en el hogar que promete mucha interacción con nuestros dispositivos.
Sea como fuere, el debate está más que servido.
Indemnizar, y además encargarse de la retirada de estos desechos. ¿No creéis?
¿Cabe la posibilidad de destriparlos, ver cómo funcionan y ponerlo a funcionar a nuestro gusto?
Supongo que ahora que los retiran del mercado y/o no ofrecen soporte habrá miles de personas dispuestas a deshacerse de ellos por un módico precio.