En las últimas semanas (y meses) las aplicaciones móviles de apoyo a la lucha contra el virus se han erigido en uno de los múltiples prismas desde los que analizar la pandemia ocasionada por COVID-19; como otros tantos, en medio de este escenario repleto de riesgos e incertidumbre, esta perspectiva ha emergido acompañada de una importante dosis de polémica y controversia.
Por un lado, están las aplicaciones focalizadas en las funcionalidades de geolocalización de los ciudadanos; por otra parte, las aplicaciones de autodiagnóstico; y como punto en común a todas ellas, las potenciales limitaciones al derecho fundamental de protección de datos personales. En el ámbito europeo, diferentes interesados han saltado a la arena de una u otra forma: desde la propia Unión Europea, emitiendo sus recomendaciones; pasando por los proveedores de las propias aplicaciones, con Apple y Google como actores más renombrados; hasta las autoridades nacionales, las regionales u otros estamentos públicos reguladores, como es el caso de la Agencia Española de Protección de Datos.
Quizás para el gran público generalista esta haya sido la noticia más relevante de este encuentro entre salud y Tecnologías de la Información en el ámbito del paciente individual. Pero desde hace algunos años, las pulseras de monitorización de la actividad física y los smartwatches conforman la punta de lanza de una tecnología que cada día se muestra más madura y que concentra sus esfuerzos en la monitorización de diversos parámetros del individuo, ya sea con la finalidad de controlar su nivel de desempeño físico o, ¿por qué no?, de monitorizar constantes fisiológicas que sirvan para reforzar el cuidado preventivo de la salud, sin esperar a la acción correctora derivada de la visita a la consulta del doctor.
Tampoco hay que olvidar otro mundo y otras tecnologías que, con diferente aproximación, guarda muchos aspectos comunes con esta nueva realidad: los servicios de telemedicina que han venido posibilitando la atención médica especializada a distancia, ya sea de pacientes, civiles o militares, en zonas de operaciones militares, como de otro tipo enfermos residentes en zonas periféricas muy alejadas de los centros hospitalarios del territorio nacional.
El médico embarcado en el paciente
Algunos colectivos, como los pacientes de diabetes, constituyen ya un buen ejemplo del uso de dispositivos que recopilan datos que luego pueden ser enviados al médico especialista para que este proceda a su análisis e interpretación.
Naturalmente, no debe esperarse que estos dispositivos y wearables, a través del autodiagnóstico, puedan sustituir al conocimiento y la experiencia del especialista sanitario; tampoco que su precisión y exactitud resulten equiparables a los de los dispositivos hospitalarios de alta gama. Pero no debe negarse el valor de dichos datos para alertar de forma temprana de cualquier dolencia o para prevenir cualquier desenlace fatal derivado de la misma.
Todo apunta a que el paradigma de la atención médica evolucionará hacia un futuro en el que no se recurrirá al sistema asistencial únicamente al detectar síntomas de una enfermedad, sino que un conjunto de dispositivos y técnicas permitirán monitorizar la salud de manera continuada en cuanto se identifiquen ciertos valores en determinados indicadores. Ciertamente, las consecuencias derivadas del modelo son múltiples: desde la propia mejora en la protección de la salud del individuo, hasta la reducción de los costes del sistema público de salud o el aprendizaje y la mejora del conocimiento derivados del análisis automatizado de elevados volúmenes de datos relativos a una dolencia determinada.
Claramente, la sensorización a cada vez más niveles supone una de las avenidas de investigación más interesantes en el mundo de la medicina. Esta ciencia se está redefiniendo en función de las posibilidades que proporciona la tecnología, y generando un entorno completamente diferente, que requerirá una drástica redefinición de muchos conceptos.
La seguridad de los datos
¡Pero siempre hay un pero… y es que la protección de los datos personales asociados a la salud son objeto de especial protección, al menos en el marco normativo europeo!
Se abre aquí un sinfín de interrogantes sobre los mecanismos para gestionar todos esos datos generados por los dispositivos de monitorización y wearables del paciente: ¿cómo se debe articular su tratamiento para garantizar su seguridad?, ¿sobre quién deben recaer las diferentes responsabilidades?, ¿son suficientes los actuales mecanismos de protección?, ¿es factible identificar unos principios comunes sobre la protección de estos datos aplicables a los diversos marcos culturales y legislativos a nivel mundial?, ¿es posible alcanzar soluciones normalizadas comunes para todos los fabricantes de dichos dispositivos?
Es cierto que, habitualmente, el usuario medio entrega sus datos personales, de forma a veces inopinada, a cambio de cualquier contraprestación en forma de servicio, pero, con frecuencia, la percepción cambia radicalmente cuando este acto de transmisión de datos se convierte en algo obligatorio promovido por un organismo público.
Más que nunca, parece recomendable y necesario que los requisitos y mecanismos de seguridad de la información se incorporen desde el inicio del diseño de todos estos dispositivos. Sin lugar a dudas, el trágico escenario desencadenado por COVID-19 representa una magnífica oportunidad para mejorar el diseño de las líneas maestras de la salud en el futuro y, por ende, del derecho a la protección de los datos de los pacientes.