La actual situación de pandemia provocada por el infausto COVID-19 (o Coronavirus) está impactando en todos los ámbitos de la sociedad: el primero y más importante, el de la salud pública y el consustancial instinto primario de supervivencia del individuo; probablemente, la segunda preocupación sea el impacto económico que, como trabajador o como emprendedor, la epidemia está causando en la operativa y en las previsiones de las empresas y corporaciones de cualquier sector y naturaleza.
Pero el mundo no se detiene… ¡y las organizaciones tampoco pueden permitirse parar su operativa de negocio!
Todos lo hemos visto. De la noche a la mañana, y por un periodo de tiempo aún desconocido, organizaciones de diversos sectores se han visto obligadas a enviar a casa al grueso de sus empleados para, desde allí, conectarse a los recursos corporativos de tratamiento de la información con la finalidad de mantener unos niveles mínimos de la operativa de negocio durante este periodo transitorio.
Y la primera pregunta que surge es: ¿estaban todas las organizaciones preparadas para adoptar esta estrategia de continuidad de sus operaciones?, ¿adoptaron el modelo cuando lo aconsejaban las circunstancias sanitarias o, por el contrario, les llevó algunas jornadas más de lo recomendable para, de este modo, aprovisionar apresuradamente los recursos y las soluciones técnicas necesarias para afrontar este novedoso escenario? Más allá de las frecuentemente experimentales fórmulas de teletrabajo para algunos empleados en determinados días de la semana, ¿estaban preparados los portátiles, las infraestructuras para acceso remoto, las salas de reuniones virtuales, etc., para la globalidad de la fuerza de trabajo?
Por otro lado, es evidente que las personas de edad avanzada se encuentran en el foco de la amenaza que supone la propagación del virus, pero tampoco los sectores más jóvenes de la población activa escapan a sus devastadoras consecuencias: ¿están las organizaciones preparadas para afrontar la ausencia temporal imprevista de cierto número de perfiles claves en su operativa sin menoscabo para el adecuado desempeño de la corporación?
¿Quedarán todavía entidades con un viejo Plan de Continuidad de Negocio olvidado desde hace algunos años en alguna librería o en algún recurso de la red corporativa, pero que nunca fue objeto de prueba alguna? O, más preocupante aún, ¿existirán organizaciones que nunca se han planteado la necesidad de diseñar e implantar dicho plan?
Se puede intuir la respuesta a ambas cuestiones, pero, para aquellas organizaciones que sí vieron la importancia de disponer de esta capacidad que les garantizase la continuidad de sus operaciones de negocio, queda en el aire otra inquietante pregunta: al analizar los riesgos en la fase de planificación del sistema de gestión de la continuidad de negocio, ¿se consideraron las enfermedades contagiosas, pandemias o epidemias como un riesgo relevante?
Ciertamente, está crisis está demostrando como la vida puede cambiar de un día para otro y como una amenaza que, unas semanas atrás, se percibía como algo lejano focalizado en el remoto oriente, ha mudado su epicentro al corazón de la sociedad y el mundo empresarial europeos, saltando fronteras y continentes de una forma nunca antes vista.
Pero, incluso estos momentos críticos constituyen tiempo de oportunidades para los líderes empresariales decididos a garantizar la resiliencia y el futuro de sus organizaciones. Después de asegurar la salud de nuestros empleados, como materia prima esencial de nuestras organizaciones, es momento de revisar el estado de nuestro Plan de Continuidad de Negocio y de ponerlo al día de acuerdo a un escenario que, tal vez, pocos pudieron imaginar como probable.
Es momento de tomar consciencia de los nuevos riesgos y de tomar profundas decisiones, porque esta pandemia supone un antes y un después.