Si recuerdan, hace ya unos meses estuvimos en el encuentro de blogueros que tuvo lugar en el marco del 5ENISE (el vídeo de la sesión está disponible), donde aparte de una exposición de puntos de vista sobre diversos temas relacionados con la seguridad, tuvo lugar un interesante intercambio de opiniones entre Yago Jesús, Dabo, Sergio de los Santos, José Selvi y un servidor, a colación de la importancia de la concienciación en materia de seguridad de la información.
Aunque es evidente que la concienciación por sí sola no es la cura a todos los males del mundo (y tampoco desde luego de los relacionados con la seguridad TIC), tampoco estoy de acuerdo en que, como defendía Yago, un euro invertido en concienciar a los usuarios sea un euro perdido. De hecho, si pusiésemos una línea que representase el ROI de cada euro invertido en concienciación, me sitúo bastante más cerca del 100% que del 0%. Aunque se trata de planteamientos a largo plazo, ejemplos como la utilización del cinturón de seguridad o el hecho de que tirar papeles al suelo sea una “costumbre” afortunadamente en fase de desaparición (gracias a Borja Merino, @borjamerino por este ejemplo) son muestras reales de que la inversión en concienciación es un proceso lento pero que rinde beneficios.
Tras esta no tan breve introducción, hoy traemos una entrada de un colaborador que desea permanecer en el anonimato, que firma como Mamadeo y que evidencia lo mucho que nos queda por trabajar en este campo, tanto con los menores, como con los no tan menores; seguro que si lo piensan un poco, encontrarán muchas personas que hacen lo mismo que el niño protagonista de la historia: al mismo tiempo que comparten sus aventuras y desventuras en las redes sociales con amigos, conocidos y desconocidos, luego son muy celosos de su vida privada en “el Mundo Real”. Esperamos que les guste.
De hecho, uno de los peores castigos que le puedes poner a un adolescente es privarle del mismo. En los colegios ya les avisan: “Si te vemos utilizando el móvil durante la clase te lo requisaremos, y tendrá que venir tu padre o tu madre a recogerlo“.
Pero no voy a hablar de la educación de los adolescentes, tarea ardua donde las haya. No. Voy a contar un hecho que me contó el otro día un buen amigo.
Estaba el hijo en el cuarto de baño del colegio enviando un mensaje instantáneo desde su móvil cuando entró un profesor y le pilló en tan obscena actividad. El castigo fue inmediato y fulminante, requisándole el móvil.
No sé si por vergüenza o por miedo a un posible segundo castigo, esta vez de su padre, el hijo no le dijo nada al llegar a casa. Pero el caso es que, una vez lanzado a explicarle el oprobio al que fue sometido por el profesor en el cuarto de baño del colegio, acabo diciendo: “Bueno, pero se lo he dado vacío“.
Extrañado, el padre le preguntó que qué quería decir vacío, a lo que el hijo le respondió, no sin cierto tono de triunfalismo: “Le he quitado la batería, el SIM y la chapa de memoria“.
El padre se quedó mirando con cara de desconcierto al hijo, como esperando una aclaración, a lo que éste le dijo: “Es que hay profesores que te miran las fotos que llevas en el móvil“.
Efectivamente esto daría para analizarlo desde varias vertientes pero, siendo un blog dedicado a la seguridad, la reflexión que hago es el sinsentido que tiene en sí la acción de este niño. Un niño que, me confirman, está utilizando las redes sociales de éxito entre los adolescentes, y que no tiene ningún reparo en colgar sus fotos y los acontecimientos de su vida cotidiana para compartirlos con sus amigos (y quizás algunos no tan amigos), y sin embargo está alerta de quitar la tarjeta de memoria de su móvil para que el profesor no vea sus fotos.
Es curioso, cuando me lo contaron pensé cómo habría reaccionado yo si me hubiera sucedido a mí, hace 30 años cuando tenía su edad, pero lo último que se me habría ocurrido hubiera sido quitarle el SIM y la tarjeta de memoria. Cierto, en aquella época no existían los teléfonos móviles, pero hubiera sido como cuando te pillaban fumando en el colegio y te quitaban el paquete de tabaco, ¿hubiéramos roto los cigarros para que no se los fumara el profesor?