(N.d.E. Después de las entradas técnicas de los últimos días, hoy traemos una visión diferente y más “fresca” del cloud)
Desde hace ya tiempo existe un consenso general sobre el hecho de algo está pasando, algo grande y profundo que, todavía hoy, no estamos muy seguros de lo que en realidad es.
Mucho se ha hablado acerca del cloud computing, y no es mi intención aburrir más a la audiencia con el tema. Ya parece que más o menos estamos todos de acuerdo de lo que estamos hablando. ¿O no?
Hace un par de años cayó en mis manos un estudio sesudo de una fundación innovadora acerca de eso que estaba generando tanto entusiasmo y alboroto. Me gustó la explicación que daban acerca del concepto. Se preguntaban entonces que era exactamente el cloud computing: ¿la evolución de internet? ¿Un nuevo modelo de computación? ¿Una forma de ofrecerlo todo como servicio? ¿O quizá suponía la industrialización de las tecnologías de la información, como ocurrió hace un siglo con la electricidad cuando se empezó a usar de forma masiva en la economía y en la sociedad?
El cloud computing, en su opinión, era todo lo mencionado y algo más. Era como la fábula de los ciegos y el elefante. Cada uno toca una parte diferente del elefante. Después comparan lo que han percibido y se dan cuenta de que están en completo desacuerdo.