Si no vives debajo de una piedra y haces uso de las redes sociales, seguro has sido testigo o protagonista de esas publicaciones en tu cafetería de confianza, cerca de casa, en el trabajo, de viaje, o en esas fiestas épicas inolvidables al estilo Proyecto X. Nos encanta compartir esos momentos, ¿verdad?
A menudo, ni siquiera nos damos cuenta de la montaña de información que entregamos al mundo cada vez que publicamos algo en nuestras redes sociales. Nos exponemos ante Internet sin pensar en las posibles consecuencias. Es como aventurarse en la jungla digital sin un mapa, sin saber qué depredadores acechan.
Pero, ¿sabes qué es lo más loco? Que con cada publicación estamos arrojando pistas sobre nuestra ubicación, nuestra rutina diaria, nuestras actividades, nuestra familia, nuestros amigos, entre otras muchas cosas. Es como si estuviéramos dejando migas de pan digitales para que cualquiera las siga, revelando nuestra vida a un público invisible y potencialmente peligroso.
Y no se trata solo de la información que sabemos que compartimos, sino también de aquella que compartimos sin siquiera ser conscientes de ello, porque claro, no nos olvidemos de los metadatos. Cuando, por ejemplo, sacamos una foto con nuestro móvil, esa imagen puede contener una gran cantidad de información que, a simple vista, podríamos pasar por alto. Desde la ubicación exacta donde se tomó la foto, hasta la marca, modelo y versión del software del dispositivo utilizado, e incluso detalles sobre la configuración de la cámara. Pequeños detalles que, a primera vista, parecen inofensivos pero que, al contrario de lo que podamos pensar, revelan mucha información, que nos hacen vulnerables a posibles ataques por aquellos que saben buscarla.