(Este artículo fue publicado previamente por José Rosell en la revista Economia3)
Es un hecho, y por tanto no vamos a extendernos en su justificación en estas líneas, que los procesos de negocio son altamente dependientes de la tecnología y que cada vez lo son más y no solo de la tecnología en sí misma, sino del uso que hacemos de ella.
En los últimos años hemos asistido asombrados al nacimiento y desarrollo vertiginoso de las redes sociales en el mundo. La rapidez de su expansión y su intensidad de uso, así como su importancia en todos los campos de nuestra sociedad, están obligando a organizaciones de todo el mundo a tomar cartas en el asunto. Por si fuera poco, la reciente proliferación de dispositivos móviles, “smartphones” y tabletas, que nos permiten un acceso ubicuo a la información, ha terminado de complicar el panorama desde el punto de vista de la gestión y el control de la información.
En 2008 el 45% de los internautas eran usuarios de redes sociales mientras que en 2011 lo son el 91%, de los que el 55% usan las redes sociales a través de dispositivos móviles. (Fuente: Observatorio de redes sociales del BBVA. IV Oleada. Abril de 2012)
Un factor adicional que hace más complicado el análisis del uso de las redes sociales y su impacto en nuestras organizaciones son los continuos vaivenes de su tipología y forma de uso, como se desprende del citado informe. Cuando empezamos a entender sus implicaciones y diseñamos una tímida pauta de actuación en esta materia, nos podemos encontrar con que su uso haya cambiado o “mutado” hasta el punto de dejar nuestras medidas obsoletas. No hay más que ver que, según el mismo estudio, en 2008, el uso de twitter entre los internautas apenas alcanzaba el 1% mientras que en 2011 la cifra de usuarios activos de twitter alcanzaba el 32%, cifra que se incrementa hasta el 51% si contamos usuarios que no se consideran especialmente activos en la red social.